Bretana
Su estancia en Bretaña, en el corazón de un paisaje y un patrimonio excepcionales
Abruptas costas, parajes naturales, ermitas, calvarios, senderos, leyendas... A pesar de haber disfrutado de varias estancias en Bretaña, aún le quedan cosas por descubrir.
Bretaña, entre el mar y la tierra
Finis terrae, el fin de la tierra, una espléndida proa esculpida por el mar… Por el mar se debería abordar Bretaña, la Bretaña azul de bahías profundas, de faros erigidos sobre piedras, playas de arena y guijarros, acantilados abruptos, cabos y un rosario de islas.
De Dinard a Nantes, 1.700 kilómetros de litoral viven pendientes del estado de la mar y del vaivén del océano. Un paraíso para los navegantes deportivos, los amantes del buceo, los ciudadanos que recargan energía con los tratamientos de talasoterapia, hoy en día especialidad de la región.
Si es más terrenal que marino, puede comenzar su estancia en Bretaña por Rennes. La capital de la región merece una parada, el tiempo suficiente para visitar el Musée de Bretagne (el museo de Bretaña) y disfrutar de la animación nocturna en torno a la Place Sainte-Anne... y de tomarse un tiempo para organizar el itinerario ideal para que su estancia sea enriquecedora.
Diríjase a Dinan y Saint-Malo —la antigua ciudad pirata— al norte. A continuación, descienda por la costa Esmeralda y la costa de Granito rosa frente a las Siete islas, para atravesar los pueblos de Trégor y Léon hasta Ouessant.
Entre en el corazón de la Armórica por Loudéac y llegue a Brest, atravesando la región de Finistère. Su estancia en Bretaña le va a permitir “empaparse” bien de esta región del interior, de sus bosquecillos y pequeños lagos, sus aldeas grises y azules, sus fuentes y ermitas.
Los amantes de la naturaleza se entusiasmarán recorriendo la landa y los bosques de Brocéliande en busca del mago Merlín, bajando en barco el Odet desde Bénodet, y admirando la subasta de la lonja de Audierne, donde embarcarán para la isla de Sein y seguirán después la ruta de los pintores de Douarnenez a Pont-Aven.
El patrimonio religioso de Bretaña
Carnac, más al sur, es el lugar megalítico más famoso y misterioso de la región, donde se conservan 4.000 menhires, vestigios de rituales, que se pierden en la noche de los tiempos. Es la prueba de que el fervor religioso se ha mantenido en Bretaña a través de los siglos y los ritos. El arte cristiano está asimismo presente en sus nueve catedrales, iglesias románicas y góticas, modestas ermitas, e innumerables calvarios.
En el interior de estos templos santos aparecen tribunas, vitrales, exvotos, cajas de órgano, baptisterios, estandartes y retablos, donde se narran las vidas de los santos. Al igual que ocurre con las tradicionales ceremonias de los "Pardons" (Perdones), son una buena excusa para las grandes reuniones y ocasiones ideales para festejar, cantar y bailar.
Bretaña, una tierra festiva.
En verano, en todos los pueblos bretones resuena el "fest-noz": a ritmo de biniou, bombarda y acordeón, resurgen tradición y pasado en cada fiesta, todas ellas acogedoras y alegres. En estos momentos únicos podrá degustar, en el curso de sus paseos, las galletas de trigo sarraceno, la charcutería de Plaiharnel, la morcilla de Guéméné, las ostras de Belon, el far bretón o el sabor de mantequilla pura con que se hace el Kouign amann.
Queda la luz, esa luz particular de Bretaña donde el azul persigue al gris y viceversa durante el crachin (sirimiri) bretón, la luz que inspira a tantos pintores, la que retienen las aves de paso...
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